6 oct 2008

Las plumas que no pintan

Me acomodé en la silla más cercana a la salida. Cuando voy a un desayuno de prensa, siempre llego con la intensión de salirme antes que los demás por dos razones: creo que no se necesita una apasionada charla sobre el tráfico para hacer relaciones públicas y la ronda de ‘Preguntas y Respuestas’ que anuncia el final de los eventos me desespera: nunca falta el reportero que quiere quedar bien y pregunta una obviedad, algo que ya dijeron o bien, solicita información que está escrita en los documentos que recibió al entrar y no leyó. Y no podemos culparlo, ni modo que lo lea todo y se le enfríe el desayuno, ¿se imaginan?

Lo cierto es que entrada la presentación, difícilmente me salgo. Me parece desagradable e inapropiado romper el interés y atención de quienes siguen la conferencia, así que aunque siempre busque el lugar ideal para escapar, siempre me espero y reboto como Tiger cuando dan por finalizado el evento.

Hace unos días, luego de encontrar mi lugar, saque de mi mochila la única pluma que llevaba conmigo*. Era una bic. Cuando la vi me sentí a salvo y traté de escribir. Digo que traté porque la pluma se negó. Decidió que el día que era más necesaria no quería escribir. En alguna otra ocasión ya me había dado lata, pero resolver mi problema fue tan simple como buscar otra que hiciera el trajo.

Cuando noté que no tenía otra, comenzó el ritual para hacerla pintar: la agité entre las manos, repasé con fuerza sobre el papel hasta romperlo, repetí ‘gusanitos’ hasta el cansancio, tallé la punta en la suela de mi zapato y nada, no quería escribir. Incluso le pedí al mesero que me consiguiera un encendedor, mismo que me miró con cara de “oiga usté no sea pendejo, ¿que no sabe que ya no se fuma en lugares públicos?”. Total que no escribió, por más que traté no quiso.

Eso me hizo pensar que muchas veces las personas se comportan como las plumas. Puedes necesitarlas, puedes querer que cumplan su función y nomás pintan cuando quieren. Lo malo es que cuando te hartas de que no sirvan las desechas.

Ya tengo otra pluma. Incluso compré cartuchos para que no me vuelva a pasar eso de quedarme sin una cuando más la necesito.

(*) Desde que trabajo en el medio editorial me convertí en el proveedor oficial de plumas de la gente que me rodea porque las regalan en casi todos los eventos.

2 oct 2008

Me quedé sin iPod

Y todo mi sentír, está en palabras de este superhéroe.

1 oct 2008

Con una tengo

Debo reconocer que soy del tipo de melómano que puede pasar horas y horas escuchando la misma canción en un loop infinito. Sé que hay quienes escuchan toda la música de sus discos. Yo no. Encuentro una y no paro hasta que me la aprendo o se me pega otra. No compro muchos discos, pero cuando lo hago, sé que me gastaré la pista hasta justificar el costo del CD. Por la misma razón, casi todo el tiempo estoy atrasado en los gustos de los verdaderos melómanos, pero a fuerza de escuchar sus gustos defino los míos.